"Trate de dejar un rastro de pequeñas chispas de gratitud en sus jornadas. Le sorprenderá ver cómo encienden pequeñas llamas de amistad que vuelven a brillar en su próxima visita." - Dale Carnegie
Era mi primer día en el gimnasio. Sí, como en muchas otras ocasiones. Sólo que ahora el compromiso y la disciplina sí me acompañaban.
Con un poco de timidez me acerqué al instructor y me presenté. Me preguntó qué esperaba de entrenar, cuánta experiencia tenía con los ejercicios y los aparatos, entre otras cosas. Después me pidió que empezara por ejercitar la espalda, señalando el aparato y e indicándome el número de series y repeticiones.
Recién había acabado la primer serie, se me acercó un señor y me dio los buenos días, a lo que yo le correspondí el saludo.
A los pocos minutos, me dice el mismo señor:
- ¿Ya probaste esta variación del ejercicio? - Haciéndolo al aire.
- No, fíjese. - Le respondí. - Capaz y al rato me lo asigna el instructor.
- Seguro que sí.
Dicho y hecho.
Aunque al principio me sentí un poco observado, admito que fue un buen gesto de su parte hacia mí, un completo desconocido, y que al verme como el chavo nuevo, quiso integrarme o hacer que me sintiera un poco más cómodo.
¿Qué pasó a raíz de ese día?
Todos los días nos saludamos y despedimos con una sonrisa como si nos conociéramos de años. Aunque no hemos entablado una conversación, sé que seguro habría buena química, si se diera una. También, si llego a necesitar un favor o ayuda, sé que podría contar con él y viceversa.
Con ese pequeño saludo y consejo, bastó para sembrar y cosechar lo que pudiera ser una bonita amistad entre los dos, a pesar de que entrenamos en diferente horario (él llega alrededor de las 5:00am y yo a las 6:00am, pero coincidimos un ratito) y hay una buena diferencia de años.
Es por eso que te invito a que siempre saludes y proporciones valor de cierto modo y a tu manera, ¡aunque sea a desconocidos!
Nunca sabes lo que ese gesto podría representar al largo plazo.
Menos vergüenza y más sonrisas.